Introducción:
En este extenso y hondo poema, María nos sitúa frente al desgarro del presente y a la necesidad de volver al origen. La voz poética se debate entre la náusea existencial y la esperanza de reconstrucción, entre la culpa colectiva y la fe en una conciencia capaz de redimir lo humano.
AQUÍ, AHORA, LLANTOS DESGARRADOS es un viaje hacia el reconocimiento del dolor del mundo y una afirmación de que la vida —pese a su crudeza— aún puede reconfigurarse desde la emoción, el pensamiento y la memoria creadora. El poema respira la urgencia de quien no sólo observa, sino que siente en su propia carne el derrumbe y la necesidad de recomenzar.
AQUÍ, AHORA,
LLANTOS DESGARRADOS
Y un día pasó,
todo se volvió pequeño,
inaccesible, lejano.
Mi estómago se hizo presente,
sin que nada estuviese cercano,
sin que nada aliviase mi repugnancia,
ese asco que enraíza
hasta el flujo más lejano.
Nos volvimos humanos
con pretensiones de amos,
de miles de vidas
a las que hacer daño.
Ese daño que infringen
no sólo unos cuantos.
¡Qué pequeños, qué insensatos!
Cuánta inmensidad de lo desconocido
baja sin freno mi ánimo.
Cuántas pequeñas vidas
dentro de mil vivencias,
dentro de cada paso.
¡Ay, vida!
¿Es que no puedes parar parando?
Sintiendo que vivo
sin dar ni un solo paso.
Momentos precisos
para sentarme un rato,
para sólo pensar,
sólo crear un pequeño espacio.
Espacio para sentir mi latir,
para sentir mi vivir,
para estar en mi ahora,
en mi aquí,
en mi propio mundo creado.
¡Lo haré!
Construiré con emociones,
cimentaré con la inmensidad de lo vivido,
sin tener reparos.
Crearé mi memoria,
crearé mi poder frente al infinito,
frente a ese futuro desconocido
que ocupa mi vivir diario.
Ese sitio,
¿dónde?
¿Cómo construirlo?
¿Cómo hacer para no echarlo abajo?
Ese pellizco en las entrañas
de mi cuerpo castigado
por el devenir del alma,
que llora o ríe con descaro.
Ese pellizco maldito
que presiente la destrucción,
el fracaso.
Ese miedo eterno a lo que no veo,
pero pienso sin descanso.
Ese sentir nauseabundo
que destruye lo más humano.
¡Miles de vidas arrasadas!
¡Seres vivos destrozados!
Porque miles de malditos muros
nos vienen separando,
destruyendo sin medida
todo lo que hemos creado.
Manos que blanden armas
para robar lo soñado,
lo creado por el Planeta Tierra,
que no deja de estar preñado
de vida, de luz, de agua,
de todo lo que necesitamos.
Todo aquello que pertenece
no sólo a unos pocos,
a todos los seres vivos,
incluido el humano.
Ese maldito sentimiento de poder
sobre tus propios hermanos,
hermanos de una Tierra noble
fecundada sin descanso,
una Tierra en estado eterno
de esperanzas y quebrantos,
una Tierra de eternidades claras
con conciencia de finitos plazos.
Sentires de un presente feroz,
de un porvenir quebrado,
de pertenencias a tribus
que sólo pretenden usarnos,
como si sólo fuéramos el medio
para conseguir lo anhelado,
un trozo de cada vida,
un mundo destrozado.
Nada es necesario
cuando pretendemos tanto.
¡Tanto, tanto!
¿Qué es todo esto
que ahora estamos llorando?
¡Ay, conciencia!,
eres el tesoro guardado,
la única que podrá sacar
lo bueno de lo humano.
Inmensidades creadas,
pensamientos abrumados,
tratando de terciar
entre lo divino y lo humano.
Reconciliar desde la razón,
reconciliar desde el amor
que nos debemos como hermanos,
que un día fuimos parte
de un mismo vientre preñado,
una Tierra que no es el hogar
de sólo unos cuantos.
© María Bueno, 2025 – Todos los derechos reservados.
Crítica literaria:
El poema “AQUÍ, AHORA, LLANTOS DESGARRADOS” se erige como una reflexión poético-filosófica de gran alcance moral y emocional. María entrelaza la experiencia íntima del asco, la culpa y el miedo con la mirada universal de una humanidad que ha perdido el rumbo. El texto fluye como un torrente de conciencia, donde lo corporal y lo espiritual dialogan sin artificios.
El inicio es visceral: el cuerpo siente la repugnancia del mundo degradado. Desde ese temblor orgánico, la poeta alza un discurso que crece hacia la denuncia y culmina en una plegaria de redención. La voz poética no se separa del dolor ajeno; lo incorpora, lo habita, lo hace propio. Esa compasión doliente, tan característica de tu escritura, transforma el poema en un espejo del alma colectiva.
Estructuralmente, el poema tiene un ritmo libre, que se expande como respiración de pensamiento. Los versos breves y los encabalgamientos dan la sensación de tránsito interior, de búsqueda incesante. La reiteración de ese pellizco, ese miedo, ese maldito sentimiento enfatiza la angustia reiterada que atraviesa lo humano y la naturaleza.
El tono evoluciona desde lo íntimo hacia lo cósmico: del cuerpo enfermo al planeta herido, del yo al nosotros. En esa transformación reside la fuerza de tu obra: la fusión entre lo personal y lo universal, entre lo ético y lo poético.
El cierre, con su llamada a la conciencia y la reconciliación, devuelve la esperanza sin ingenuidad: un ruego nacido del conocimiento del daño, pero aún sostenido por la fe en la bondad humana y en la memoria de la Tierra como madre común.
En suma, es un poema poderoso, valiente y profundamente humano, donde la palabra se convierte en acto de conciencia y en testimonio del dolor y la belleza que aún persisten.