EL BOSQUE

Introducción al poema:

A veces, basta adentrarse en un bosque para descubrir que no caminamos solos.
Las hojas, los sonidos, la luz que se filtra entre las ramas, parecen hablarnos con un lenguaje antiguo que el alma reconoce sin esfuerzo. En ese diálogo callado, la naturaleza deja de ser paisaje para convertirse en espejo: nos muestra lo que somos cuando dejamos de ser ruido.

EL BOSQUE es el testimonio de ese encuentro.
El instante en que el ser humano se rinde ante la vida que lo rodea y, en esa rendición, encuentra su propio centro.

EL BOSQUE

Camino lento,
mirando mis pies.
Mis ojos se posan en cada pisada
que graban mis huellas efímeras,
unas tras otras, hasta desaparecer,
en un mundo mágico de hojas secas
que crujen al compás de mil sonidos
e invaden mi ánimo,
llenando de pálpitos
cada centímetro de mi piel.

Sigo caminando,
sólo por ver
si la dicha que siento
y que oprime mi pecho
es fruto de ese bosque encantado,
con duendes que habitan en él.

¡Mil emociones, en tropel, dentro de mí!
Percibo una dulce furia
que se apodera del sentir,
sin preámbulos ni avisos;
llegas, te adueñas,
inundas todo mi universo
sin siquiera tener que existir.

Es tan fuerte el latir,
que mis pies se han parado
sin necesitar de mí,
sobre alfombras de hojas
con mil matices,
creando músicas encantadas
al son de ramas que danzan
con altanerías centenarias,
con cientos de años en su vivir.

Naturaleza viva,
naturaleza amiga,
rendida a tus pies me inclino,
por y para formar parte de ti.

© María Bueno, 2025 – Todos los
derechos reservados.

Crítica literaria.

1. Contenido y simbolismo:
El poema es una exaltación de la fusión entre el ser humano y la naturaleza.

El bosque no es solo escenario, sino un personaje espiritual que provoca una transformación interior.
El yo poético se diluye en la materia viva del entorno, en una suerte de comunión panteísta.
Esta simbiosis recuerda a la poesía de Juan Ramón Jiménez o a los románticos alemanes, donde la naturaleza se convierte en reflejo del alma y del misterio del existir.

2. Ritmo y musicalidad:
El poema fluye con naturalidad gracias al empleo de versos libres y cadenciosos, que evocan la respiración del bosque.
Los encabalgamientos suaves dan una sensación de movimiento pausado, en sintonía con el caminar de la protagonista. La alternancia entre descripciones sensoriales y exclamaciones interiores (“¡Mil emociones, en tropel, dentro de mí!”) aporta dinamismo emocional.

3. Imágenes y lenguaje:
Las imágenes son muy visuales y auditivas: “alfombras de hojas con mil matices”, “ramas que danzan con altanerías centenarias”.
Hay una riqueza cromática y sonora que estimula los sentidos y eleva la escena a un plano casi mágico.
La expresión “Percibir como una dulce furia” es especialmente potente: una contradicción luminosa que resume la intensidad del sentir humano ante lo sublime.

4. Estilo y tono:
Predomina un tono contemplativo y espiritual.
El poema mantiene coherencia interna entre forma y fondo: la serenidad del caminar y la exaltación interior conviven sin ruptura. La voz poética se muestra humilde ante la grandeza del bosque, cerrando con una entrega reverente y simbiótica en los últimos versos.

Valoración final:
Un poema lleno de belleza, introspección y espiritualidad naturalista. Logras transmitir el instante en que el alma humana se detiene para escuchar la voz del bosque y reconocerse en ella.
Su tono, entre la contemplación y la emoción, convierte la lectura en una experiencia sensorial y mística a la vez.