LO INVISIBLE

Introducción al poema:

En Lo invisible, la voz poética se adentra en un territorio donde lo sensorial y lo espiritual se entrelazan. El poema nace en el instante íntimo en que una mano sostiene a otra y, desde ese contacto mínimo, se abre un universo de percepciones profundas: aromas, pulsos, brisas, colores.
Es un viaje hacia lo que no se ve, pero se siente intensamente; hacia aquello que habita en los márgenes de la existencia, donde lo frágil y lo eterno conviven.

El poema invita a reconocer la belleza escondida en los gestos que parecen pequeños, en los silencios que protegen, en los seres que se sienten libélulas apagadas pero conservan una luz misteriosa que cura y acompaña.


LO INVISIBLE

Le cogió la mano,
sintió que respiraba,
que su garganta saboreaba
el dulce cerezo en flor,
el aroma a tierra mojada.

Sintió,
sintió profundamente su aliento,
su suave respiración,
su pausado palpitar
alcanzando sueños
mecidos por brisas en la mar,
allí donde la vista se pierde
en un sinfín de lilas blancas
que acarician su piel,
sus ojos, su alma.

Nada es imposible
cuando la claridad
es la morada,
esa que siempre abriga
el frío de las noches amargas,
con la única pretensión
de ver la nada,
las sombras,
lo invisible que ronda
el filo de pisadas.

Poder vivir al margen,
al borde de la mirada,
sin ser más que una libélula
casi apagada.

Sentires que curan
más que acompañan.

Eternidades entre miradas,
bajo el influjo de la nada.


© María Bueno, 2025. Todos los derechos reservados.


Análisis del poema.

1. La materia sensorial como puente hacia lo íntimo:
El poema se abre con una escena táctil y respirada. Desde la mano tomada hasta el aroma de tierra mojada, la autora construye un espacio en el que los sentidos se expanden y permiten acceder a lo profundo del otro. Lo visible se disuelve en una corriente sensorial que prepara al lector para la aparición de “lo invisible”.

2. La dualidad entre claridad y sombra:
La segunda parte introduce una reflexión más abstracta: la claridad como refugio, como morada que abriga las noches amargas. Aquí la luz no es sólo luminosa, sino protectora. Frente a ella, la “nada”, las “sombras” y “lo invisible” aparecen no como amenaza, sino como dimensión que también forma parte de la vida. El poema sugiere que para comprender plenamente lo visible, hay que aceptar lo que no se ve.

3. La identidad frágil simbolizada en la libélula:
La imagen de la libélula “casi apagada” es uno de los momentos más potentes del poema. Habla de vulnerabilidad, de sentir la existencia desde un límite. Pero al mismo tiempo, la libélula es símbolo de transformación, delicadeza y transparencia. Incluso apagada, conserva un brillo.

4. Sentires que curan:
En los dos versos que funcionan como eje emocional —“Sentires que curan / más que acompañan”— se condensa la esencia del texto: la emoción no sólo acompaña, sino que repara, sostiene, salva.

5. El cierre: una eternidad mínima
“Eternidades entre miradas, / bajo el influjo de la nada” cierra el poema con una paradoja hermosa: en lo más simple (una mirada, un silencio), se esconden eternidades. La nada no es vacío, sino un espacio donde lo importante se revela.