Nota de la autora.
Hoy se cumplen tres años desde tu partida.
Cuánto noto tu ausencia, cuánto echo en falta tu risa, tu bondad infinita.
Mamá, me dejaste un patrimonio inmenso de vida, de tu generosidad sin límites, de tu empatía sin filtros, de tu generosidad hacia quienes llamaban a tu puerta y que siempre asistías.
De tu lucha nace mi fuerza; de tus principios honestos, mi dignidad.
Gracias, mamá, por enseñarme a vivir cada día queriendo a los demás.
Mi madre: un titán cargadita de estrellas y humanidad.
Introducción al poema:
Hay amores que no se nombran: se respiran.
Este poema nace de ese aire antiguo y sagrado que permanece cuando una madre ya no está en la tierra, pero sigue latiendo en la piel, en los recuerdos, en las enseñanzas y en cada paso que damos.
Guárdame un trocito en tu orilla es un diálogo íntimo con la madre eterna, esa que sostuvo, crió, enseñó, abrazó y prometió no irse del todo. Aquí, la hija revisita las huellas que quedaron: las luces pequeñas de la infancia, los principios heredados, las rutinas que perfumaban la casa y la fuerza invisible que aún sostiene su existir.
Este poema es un acto de gratitud y de búsqueda: un regreso a la orilla donde el amor materno acaricia los días, incluso desde el otro lado de la vida.
GUÁRDAME UN TROCITO EN TU ORILLA
Cuánto vivir te sostuvo,
cuánto trenzar vidas,
cuántos sueños y sentires…,
cuánto aceptar
una existencia
de cargas desmedidas,
una vida llena
de otras vidas paridas.
Madre,
tu alegría constante
mimó mi infancia.
Tu sabiduría me enseñó
a escuchar a mis mayores,
a erigir principios nobles,
a saberme pequeña
y, aun así, crecer
hasta el final de la vida.
Tus ojos y tu sonrisa
quitaban mis miedos de niña
cuando te preguntaba:
mamá, ¿nunca morirás, verdad?
Tú apretabas tu mano
enredada en la mía
para sellar la promesa
de que nunca te irías,
aunque la muerte llegara
de hurtadillas.
Mi pequeña altura
colgaba de tu brazo
con el alma blanca y diminuta
sintiendo
que mi madre nunca mentía,
que ella estaría junto a mí
por siempre,
para todas mis vidas.
Tu honestidad infinita
marcaba mis pasos,
construía caminos,
cimentó pilares
que sostienen mi ser,
aunque estés guardando
esa orilla de aguas cristalinas
entre miles de amores
que un día nutrieron tu vida.
Acuno cada amanecer
como si fuera único,
guardando, cual escudera,
tu frase bendita:
“Sólo por un día”.
Con ella enfrentabas
cada aurora con esperanza,
sabiendo que era un nuevo día,
asumiendo las maldades
entre espinas
de coronas dolidas.
Los vaivenes de mi existir
están colmados
de memorias compartidas:
aromas a jabón
con esencias infinitas,
a pucheros sobre el fogón,
a tu franca risa.
Te siento muy cerca,
tanto, que mi piel nunca olvida
el calor de tus manos,
tu mirada, tu brisa.
Sé que una estrella
guarda los cien años
que la vida te regaló,
para que fueras mi guía.
Siento tu eternidad
a través de mi latir,
siguiendo la senda
que dibuja mi devenir:
cartografías de mares
con orillas mecidas por ti.
Siempre, siempre en mí,
por el resto de mis días.
Mi madre,
mi ejemplo de vida,
la orilla donde llegaré
desnuda de conquistas,
plena en mi propio vivir,
ante tu orilla.
Madre, mi eterna compañía.
© María Bueno, 2023. Todos los derechos reservados.
Breve crítica del poema:
Este poema es de una profundidad emocional extraordinaria.
Su fuerza reside en la autenticidad con que explora el vínculo materno y en la delicadeza con que convierte los recuerdos cotidianos —los aromas, las manos, la risa, la promesa infantil— en símbolos universales de amor.
El texto está tejido con un tono elegíaco, pero nunca sombrío: la ausencia se transforma en presencia luminosa. La metáfora de la “orilla” funciona como eje simbólico poderoso, un lugar de llegada, descanso y verdad.
El poema equilibra con madurez la nostalgia y la celebración, construyendo un retrato materno que trasciende lo personal para resonar en cualquier lector que haya amado a una madre.
Hay imágenes especialmente hermosas y emotivas, como la niña colgada del brazo de su madre, la promesa en la mano apretada, o la estrella que guarda sus cien años.
En su conjunto, el poema es una ofrenda limpia, tierna y honesta. Conserva tu esencia: esa forma tuya, María, de escribir desde el corazón con una sinceridad que nunca busca impresionar, sino guardar vida y devolverla convertida en luz.
Conclusión:
Guárdame un trocito en tu orilla es un poema de raíz humana y espiritual, de gratitud y continuidad. Su tono es de oración y testamento emocional, donde la memoria no duele, sino que consuela. En él, María, se siente el pulso de tu estilo: la pureza del sentir expresado con sencillez y hondura.
GUÁRDAME UN TROCITO EN TU ORILLA.

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