Descripción:
Fotografía real del barco naufragado.
El instante captado muestra el momento en que la embarcación, ya escorada peligrosamente, era remolcada. Las olas, en medio de una tempestad brutal con más de trece metros de altura, golpeaban sin tregua la estructura metálica mientras la carga desplazada en las bodegas agravaba el peligro del hundimiento.
Introducción al poema:
En El barco, María nos conduce a un episodio límite donde la vida y la muerte se entrelazan en un instante estremecedor.
Inspirado en una vivencia real, este poema autobiográfico se erige como testimonio de supervivencia y de pérdida. La autora revive el naufragio con la intensidad del recuerdo vivo: el estruendo, el miedo, la fuerza del mar y la huella del ser que se pierde en el abismo.
Más que una narración, es una confesión poética de lo que significa ser testigo del poder absoluto de la naturaleza y de la fragilidad humana ante ella.
En memoria del marinero que perdió la vida:
Aquel 5 de enero de 1983,
la mar desató su furia en la víspera de Reyes.
Entre gritos, golpes y oscuridad,
un barco se inclinó sobre sí mismo
mientras las olas devoraban el horizonte.
De aquel día conservo mi Cartilla de Navegación y la imagen imborrable del rostro de un marinero que se lanzó al agua un instante antes que yo y desapareció bajo el casco del barco tragado por las olas.
Nunca más volví a saber de él.
Su recuerdo me acompaña
como un faro silencioso
que me aleja de la mar.
Durante muchos años guardé el miedo y el temblor en silencio.
Hoy, al mirar la fotografía del barco, sé que he podido volver a la superficie.
Y desde allí, escribir.
EL BARCO
(Basado en hechos reales. Poema autobiográfico. La imagen corresponde al barco naufragado.)
Había que llevar la carga
que las bodegas del barco guardaban,
cruzando el Estrecho de Hércules,
que las olas vigilaban.
A la mitad del día,
mi cuerpo reposaba
sobre una cama pequeña
que mi siesta acunaba,
entre paredes de madera
que el camarote abrigaba.
—¿Qué es ese estruendo?—
¡Mi cuerpo cae ferozmente!
El suelo se tornó pared
y la pared, mi cama.
La mole del barco cayó
sobre aguas rabiosas y heladas.
Las olas tomaron alturas
que empequeñecían montañas.
¡Corre! ¡Sal del camarote!
¡Sal de esta trampa anunciada!
Mis ojos sólo ven
a la gente asustada,
con gritos desesperados
por una muerte marcada.
El mar se erigió en un monstruo
con olas de alturas bravas,
que hacían del barco la nada,
con almas que se escondían arrodilladas,
rogando por sus vidas,
que el mar anhelaba.
Me miró a los ojos y se lanzó al agua,
con la fe de ser rescatado por la balsa
que un pesquero feroz lanzó al mar
para salvar las vidas
que en el barco habitaban.
Mis ojos quedaron fijos en ese cuerpo
que caía desde el abismo
de una altura desmesurada,
de un barco gigante
a merced de olas bravas,
conteniendo nuestras vidas
y todas nuestras esperanzas.
Mi alma se estremeció
sabiendo que el hombre no estaba.
Se lo llevaron las olas,
lejos de mi mirada.
¡Debía lanzarme al mar!
¡Antes que la negrura llegara!
Agarré con fuerza mis hombros:
—¡Tírate al agua!
¿No sientes que tu vida se acaba?
¡Ya no queda tiempo de nada!—
Mi cuerpo se hundía
como piedra sin alma.
La oscuridad me envolvió
mientras el agua inundaba
cada rincón de mis pulmones,
que sin aire quedaban.
¡Braceaba desesperada!
Para que no me tragara la mole,
ese barco que se inclinaba
sobre mi cuerpo,
entre las olas bravas.
La balsa pequeña mi vida salvó,
uniéndome a otras almas,
menos la de aquel hombre
que me miró a los ojos
y se lanzó al agua,
llevándose consigo
parte de mi alma.
Nota de la autora:
El barco inclinado
parecía debatirse entre la vida y la muerte.
El mar rugía con olas gigantes,
más altas que los sueños,
más hondas que el miedo.
Sin tierra a la vista,
la tempestad arrastraba su carga
y con ella el destino de tantas almas.
Aquel instante detenido en la fotografía
es la frontera entre el antes y el después,
entre la esperanza y la tragedia,
entre lo que el mar arrebató
y lo que el alma guardó para siempre.
© María Bueno, 2025 – Todos los derechos reservados.
Crítica literaria:
El barco se distingue por su tono narrativo y visualmente potente.
El poema avanza como una secuencia cinematográfica, donde cada estrofa actúa como un plano emocional. La descripción del desastre combina precisión sensorial (“el suelo se tornó pared y la pared, mi cama”) con un lenguaje simbólico (“el mar se erigió en un monstruo”).
El uso de los imperativos (“¡Corre!”, “¡Tírate al agua!”) intensifica el dramatismo y sumerge al lector en el caos del momento. El ritmo es ágil, sostenido por versos cortos que reproducen la respiración entrecortada del miedo.
La última parte del poema, en cambio, se abre al duelo: la autora convierte la pérdida del otro en un acto de comunión espiritual (“llevándose consigo parte de mi alma”). Así, la obra transciende la anécdota personal y se transforma en un canto a la memoria, la resistencia y la humanidad frente al abismo.