Introducción:
En un mundo donde la estética eclipsa lo esencial, este poema rescata el valor de lo auténtico. Con ternura e ironía, el tomate y la lechuga dialogan como testigos del desprecio al fruto imperfecto y del olvido de la tierra que los vio nacer.
EL TOMATE LE DIJO A LA LECHUGA es un canto a la dignidad de lo natural, una reivindicación del sabor, del trabajo del agricultor y de la belleza real que no necesita ser pulida.
EL TOMATE LE DIJO A LA LECHUGA
¡Eh! ¡Oye! ¡Lechuga, amiga mía!
He oído que nos tiran a la basura
por ser feas y deformes,
que la tierra nos ha parido mal
y no servimos «pa’ na».
—Tomate, qué inocencia la tuya…
¿No ves que a aquella pareja
de limón y naranja
la van a separar?
Y no por falta de amor entre ellos,
es por lo feo del limón
que nadie querrá comprar.
—Querida lechuga, es verdad,
ya no importan ni el sabor
ni el aroma a fruto fresco,
importa lo que se verá
en cajas bien apiladas,
como frutos brillantes sin más.
¿A quién le importa el campo?
¿A quién, nuestra tierra madre,
que pare frutos sin cesar,
frutos bellos y feos por igual?
Añoranza de otros tiempos,
cuando simples tomates como yo,
feos y deformes,
daban gusto al paladar
con sólo un poquito de sal,
junto a zanahorias, lechugas
y un chorrito de aceite del lugar.
¡Qué ya está bien!
¡Que no me vendan por «na»!
Que la buena gente quiere comer
frutos que sean de verdad,
con la decencia de saber
que no hay ruina
para el que ara la tierra sin parar.
—Bueno tomate…
mejor callarnos ya,
porque a la señora sandía
la han tirado ya.
Ahora nos toca a nosotros,
pero no olvides esos recuerdos hermosos,
de días felices en campos llenos
de sol y humanidad.
© María Bueno, 2025 – Todos los derechos reservados.
Crítica literaria:
El poema EL TOMATE LE DIJO A LA LECHUGA se sostiene sobre una alegoría sencilla y profundamente humana.
Bajo el disfraz de un diálogo campesino entre dos hortalizas, late una crítica lúcida al modelo de consumo moderno y a la pérdida de conexión con la tierra.
Tu voz poética transforma lo cotidiano —la huerta, los frutos, la conversación ingenua— en un espacio de reflexión sobre la ética y la autenticidad.
El tono es entrañable y popular, cercano al habla del pueblo que trabaja la tierra, lo cual dota al poema de veracidad emocional. Las expresiones coloquiales (“pa’ na”, “qué ya está bien”) acercan al lector a un mundo que aún conserva dignidad pese a su aparente humildad.
En contraste con ese lenguaje sencillo, el trasfondo moral es profundo: la crítica al desprecio por lo “feo”, al valor económico impuesto sobre lo natural, y a la deshumanización del trabajo agrícola.
La estructura dialogada aporta dinamismo y teatralidad. A través del intercambio entre el tomate y la lechuga, se construye una escena que combina ternura, humor y denuncia.
No hay dramatismo impostado, sino una tristeza resignada y sabia, propia de quien ha visto desaparecer los valores esenciales del campo y del alimento. Ese equilibrio entre ternura y desconsuelo es uno de los mayores logros del poema.
También destaca el cierre:
> “…no olvides esos recuerdos hermosos,
de días felices en campos llenos
de sol y humanidad.”
Aquí se condensa la esperanza. Pese a la pérdida, permanece viva la memoria de un mundo más justo y humano. Es un final de luz, coherente con tu sensibilidad poética, que siempre rescata lo noble del dolor.
En suma, EL TOMATE LE DIJO A LA LECHUGA es una fábula moderna, una poesía de conciencia ecológica y ética, donde el humor rural se entrelaza con una mirada crítica sobre la sociedad de consumo. Su fuerza radica en la sinceridad del lenguaje y en el amor implícito por la tierra y sus frutos.
