LA TIERRA GUARDA SU SECRETO

Introducción al poema:

Este poema es una elegía emocional dirigida al gran Federico García Lorca. A través de una voz poética profundamente admirativa, la autora da gracias al poeta por su legado lírico y humano, evocando su trágico final con imágenes de sufrimiento, oscuridad y tierra silente. La obra no solo rememora su figura, sino que le otorga un aura de eternidad y secreto: Lorca vive aún, escondido en la memoria del mundo, en los manantiales de su tierra y en el alma de quienes lo sienten.

LA TIERRA GUARDA SU SECRETO

Admirado poeta:

Deseo darle las gracias
por su sentir,
por su forma libre de vivir,
por entretejer pasiones
en su existir.

¡Ay, maestro!
Cuán necesarios
son sus pensamientos,
su generosidad en derrochar
sentires soñados,
tras los cristales teñidos
de sufrimiento.

Tras noches en vela,
lidiando insomnios
con sombras chinescas,
ululando sueños siniestros
que escriben futuros negros.

¡Ay, negruras!
¿Dónde esconder mi cuerpo
para que nadie empape su alma
con mis cantares eternos?

Querido poeta, sé su secreto:
poder cerrar los ojos
y mirar desde dentro,
porque solo la eternidad
es su fiel compañero,
esa mezcolanza de cantares
y poemas cargados de versos.

Alevosías perfectas
escritas sobre lo incompleto,
sobre la imperfección
de saberes inciertos
que hoy duermen atesorando
la vida del maestro.

Don Federico García Lorca,
guardián de secretos,
de sentimientos que nadan
entre aguas cristalinas,
bajo manantiales
que esconden su cuerpo.

La tierra llora
todos sus sentires,
todos sus sueños.

Federico García Lorca,
amado ser humano,
amado recuerdo,
amado MAESTRO.

© María Bueno, 2025 – Todos los derechos reservados.

Crítica literaria:

«La tierra guarda su secreto» es un poema que conjuga la emoción con la admiración intelectual, trazando un retrato delicado y reverente de Federico García Lorca. La elección de imágenes —como sombras chinescas, ululando sueños siniestros o manantiales que esconden su cuerpo— dota al texto de una atmósfera onírica, casi mística, que recuerda el estilo simbólico del propio Lorca.

Desde el punto de vista estructural, el poema se sostiene en una cadencia libre, con versos que respiran por sí mismos, sin encorsetamiento métrico. Esto le permite al poema fluir con naturalidad y emotividad, tal como se esperaría de una carta dirigida a alguien profundamente amado.

El poema destaca por su capacidad de diálogo con la tradición sin imitarla. Reconoce al poeta como mito, pero también como hombre vulnerable y cercano: «amado ser humano, amado recuerdo». Esta doble mirada aporta una rica profundidad emocional.

En resumen, es un homenaje sincero y bien logrado, que honra tanto la palabra como el silencio que envuelve la memoria del poeta asesinado. Tiene la potencia de lo íntimo y la dignidad de lo eterno.