Introducción al poema:
A veces el alma se cansa del ruido del mundo y busca regresar a los tiempos donde la calma era refugio y la palabra, un lazo sincero entre las personas.
Este poema nace de esa añoranza: la de un silencio limpio, sin ofensas ni soberbias, donde los gestos tuvieran valor y el presente bastara para sentirse vivo.
Sin embargo, al final del camino, el anhelo se vuelve más profundo: ya no se trata sólo de alcanzar la paz exterior, sino de acunar los propios temores, de mecer con ternura ese susurro interior que a veces duele, pero también enseña.
“QUÉ NO DARÍA YO” es un canto al silencio, a la bondad y a la reconciliación con uno mismo, cuando el alma aprende que la verdadera calma nace de abrazar hasta el miedo.
QUÉ NO DARÍA YO
Qué no daría yo
por retroceder a tiempos de calma,
nutridos por anhelos de silencio.
A días en que las palabras
sólo precisaran manos
para sellar el encuentro.
Que nada susurrara ofensas,
ni alentara enfrentamientos;
que la palabra brotara
como fuente de pensamiento,
sin alardes de saberes previos.
Que el gesto fuera
palabra de honor,
con todo su peso,
para que no se la llevara el viento,
y el apretón de manos
sellara puros sentimientos.
Que el renacer de cada día
fuese vivir el presente
de todo ser vivo,
sin pretender conquistar el viento,
sin alardear sobre mares,
sin coronar montañas
para alcanzar firmamentos.
Qué no daría yo
por escuchar el susurro
de abrazos eternos.
Qué no daría yo
por vivir sin maldades
que surcan océanos
y atraviesan los cielos.
Qué no daría yo,
por mecer el susurro del miedo.
© María Bueno, 2025 – Todos los derechos reservados.
Crítica literaria.
1. Tono y temática
El poema es una elegía al silencio, a la pureza perdida y a la inocencia moral del ser humano.
Hay en él un deseo de retorno, no solo temporal, sino esencial: volver a una humanidad más sincera, donde la palabra tuviera valor y los gestos fueran verdad.
El título, “QUÉ NO DARÍA YO”, funciona muy bien como invocación reiterativa; su repetición da unidad y una musicalidad suave, cercana a la plegaria o al canto interior.
2. Estructura y ritmo:
La estructura libre, sin rima y con versos de extensión variable, acompaña bien el tono meditativo. Cada bloque expresa una faceta del deseo:
El pasado idealizado (los tiempos de calma).
La pureza en la comunicación (la palabra sin ofensas).
El valor de los gestos sinceros (la palabra de honor).
La humildad del presente (vivir sin conquistar).
El anhelo espiritual (conquistar el silencio, abrazos eternos).
Esa progresión da coherencia interna y un ritmo ascendente hacia la trascendencia.
3. Recursos expresivos:
Utilizas imágenes sobrias pero cargadas de sentido:
“sellar el encuentro con las manos” evoca la palabra convertida en acción.
“sin pretender conquistar el viento” o “sin coronar montañas” aluden a la humildad ante la vida.
“abrazos eternos” y “maldades que surcan océanos” cierran el poema con un contraste entre el amor y la inhumanidad.
4. Valor literario:
El poema tiene una hondura ética y emocional clara, en la línea de tus reflexiones habituales sobre la pureza del alma y el valor de lo humano frente a la soberbia y el ruido. Su tono recuerda a las oraciones laicas o a los poemas contemplativos de Antonio Machado y Clara Janés.