Introducción al poema:
En los pueblos donde la vida se cuece a fuego lento y la vecindad es un refugio compartido, hay instantes que se repiten como pequeños rituales cotidianos. Este poema es un homenaje a esos atardeceres donde el cansancio del día se disuelve en la conversación sincera, en las risas que brotan sin pedir permiso y en las sillas que, alineadas en la acera, guardan memorias de generaciones enteras. «Sillas al atardecer» recoge el alma de los patios comunes, de los campos de olivos que alimentan cuerpos y corazones, y de las mujeres y hombres que, con un abanico en la mano y la esperanza en la mirada, hacen de cada tarde una tregua luminosa y compartida.
SILLAS AL ATARDECER
El atardecer se abre camino
para llegar a cada casa,
a cada puerta,
a cada patio de vecinos,
para dar alas a cada alma
dentro de cuerpos rendidos
por horas de duro trabajo
entre campos de verdes olivos.
Una fila se forma en las puertas
de los patios de vecinos,
con risas y premuras ponen sillas
en las aceras del camino,
con palabras atropelladas,
con voces sin desafíos,
el atardecer mece sus chales
con un leve soplo de abanicos.
Atardecer que envuelve
los sueños de muchas almas,
dentro de corazones amigos,
que con alegría comparten
vidas y pesares,
entre sillas de atardeceres vivos.
© María Bueno, 2025 – Todos los derechos reservados.
