VESTIDO DE DOMINGO Y UN CHARCO

Introducción:

En Vestido de domingo y un charco, María Bueno rescata la dulzura de la infancia y el equilibrio entre la inocencia y la norma. La escena, sencilla y universal, encierra un ritual cotidiano: el deseo infantil de pisar un charco frente a la voz adulta que advierte sobre el peligro del barro y del vestido nuevo.
Entre el impulso libre y la contención impuesta se dibuja un retrato generacional: el de quienes aprendieron a disfrutar dentro de los límites, sin renunciar al gozo más puro de la vida.


VESTIDO DE DOMINGO Y UN CHARCO

Posa la pisada con cuidado,
no sea que el agua lleve barro.

Se atreve con el segundo pie,
¡ya está sobre el charco!
Ahora cuidado,
sólo arrastraré un poquito
la suela sobre el fango,
¡mis botas de agua
son fieles soldados!,
me protegerán del enemigo
que vive en el charco.

¡Chapoteará por fin!,
¡con patadas al agua!,
pero con mucho cuidado
porque lleva un vestido
recién estrenado,
con la prohibición de mancharlo.
Hoy es domingo
y no puede ensuciarlo,
podría provocar todo un enfado
con amenazas tiernas
y mantras heredados:
¡Ya te lo dije!
¡No pises los charcos!
Tu vestido no entiende de fangos,
debes cuidarlo
porque sólo los domingos
puedes usarlo.

Trocitos de recuerdos
sin enemigos malvados,
porque sólo era el disfrute
de chapotear sobre un charco.


Crítica literaria:

Este poema logra una ternura conmovedora a través de un lenguaje limpio y una estructura narrativa ligera, casi visual. La autora nos sumerge en una secuencia que se lee como una pequeña película de la memoria: un pie, luego el otro, la risa contenida, el miedo al regaño, la felicidad del instante robado.

El uso de exclamaciones y repeticiones (“¡Chapoteará por fin!”, “¡Ya te lo dije!”) da ritmo y autenticidad, evocando el tono de la niñez y las voces familiares. Además, el contraste entre el “enemigo del charco” y la “prohibición de manchar el vestido” convierte la anécdota en metáfora: la vida adulta nos enseña a cuidar la apariencia, a evitar el barro, pero la infancia —y el alma libre— buscan, inevitablemente, saltar dentro de él.

La última estrofa cierra con una nota nostálgica, casi redentora: los recuerdos, al final, no tienen enemigos, sólo la pureza de un instante vivido con alegría. El poema es, en esencia, un canto a la inocencia resguardada, a la belleza de lo pequeño y a la memoria que sigue chapoteando, limpia, dentro de nosotros.

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